jueves, 28 de marzo de 2013

Tripledecena



Desde esta semana debo asumirme un treintañero. Creo que es un hito muy relevante.
 
Tal vez cada ciclo vital de una persona es único, así como su propio destino. Mi vida transcurrió en el ejercicio intelectual y viviencial del aprender. Soy un estudiante, un individuo dispuesto a recibir lo que se me entregue para alimentar mi esencia. Y así llevé muchos de los treinta años que cuento, lo que me hizo alguien estudioso y receptivo, realmente tolerante a la diversidad, pero intolerante a la idiotez. Un perfil de buen hijo y buen alumno, con identidad propia y sin la necesidad de cambiar para adaptarme servilmente a un medio prejuzgador de actitudes a su arbitrio, etiquetador falaz y discriminador, sea por liberal o sea por conservador. Nunca fui individualista. Si creí siempre en los individuos, en que podemos ser buenos. Me dijeron que esta era una postura adecuada hasta que me tocase trabajar. Era cierto.
 
Puede que alguno se sorprenda si manifiesto que nunca tuve espíritu de "mateíto". Jugar con mi esencia rebelde no era fácil. Para ser mínimamente respetado tuve que aprender a respetar, aún cuando ese principio no fuese practicado por mi contraparte. Varios se llevaron buenas atenciones verbales ante opiniones que yo consideré contrarias al equilibrio del pensamiento.  Y también recibí golpes, fui discriminado, ninguneado, en casi todo lugar donde estuve, pero fue notada mi personalidad en los momentos difíciles.
 
Las convicciones me han dado claridad. También costos. Agradezco al Altísimo por ambos.
 
Son treinta años corridos, pero propios. Veo a muchos excompañeros de estudios con bienes, hijos, perspectiva, también con pasado turbio. Quizás cuándo me casaré... lo relevante es hacer lo que sea mejor en el mejor momento, no cayendo en los errores que me han propiciado grandes dificultades y, de aquellos, desprender la lección.
 
Mi furibundo espíritu no se limita a la estabilidad numérica del hecho financiero. Aborrece el interés. Habla, escribe, reza, grita y conmina. La trascendencia de las acciones persigue mi vida como el aire al puerto, de manera que no seré flexible con la chabacanería producida por la mediocridad disfrazada de tradición. Yo educo, si lo puedo hacer. Y, si Dios quiere, conversaré más seguido con otros sobre lo que nos interesa.
 
Si, porque hablando, escribiendo, mirando, tocando, respirando, todo lo expreso y lo proclamo.

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