Como
está más que dicho se produjeron en Santiago de Chile un sinnúmero de bombazos
en los últimos días, semanas y meses. El hito de la explosión en el Centro
Comercial contiguo a un Metro es “la gota que rebalsó el vaso”, al menos según
los políticos y los medios. ¿Qué debería hacerse ante este fenómeno que
sorprende a los santiaguinos?
Primero
que nada, estamos en Chile. En este país hace un tiempo los ataques
incendiarios eran vistos como las escaramuzas típicas de grupos asistémicos o
marginales que tenían cero importancia social, más allá de los desmanes que
producían. Cual sea la ideología de
trasfondo en cada caso de bombazo, incendio o acto violento, es claro para mí
que hay mensajes subyacentes. El principal es que los status quo son repudiados
al punto de organizar células de contracorriente, es decir, brigadas que actúan
y no solo discuten. Los conjuntos de jóvenes entusiastas, que por su ideología
fundaban grupos para hacer “intervenciones urbanas” o rayados políticos han
quedado superados y en una posición de ingenuidad ante las nuevas expresiones
sociales.
¿Quién
se atrevería a poner una bomba? ¿Quiénes lo harían para dañar a gente? Creo que
“soldados” de una causa mayor, indefinidos de por si, con ganas de ver el caos
por si mismos y no solo en lo simbólico. ¿Quién ama la destrucción? El que no
está conforme y llega a un estado de odio por su vida y la de otros. Pero ese
no es Hombre irracional, sino que su lógica no es la más apropiada a la luz de
la civilidad y del status quo, por cierto.
Intersectar
nuestra visión, diversa y disímil entre nosotros mismos, con la de violentos
rupturistas que usan la guerra urbana como campo de acción es difícil. La
mayoría tenemos un empleo, una familia o preocupaciones que consumen tiempo y
resulta carísimo ponerse a cambiar el mundo, si supiéramos como. Ellos son los
que han abjurado del tiempo y se plantean una vida divergente, como lo haría
una lesbiana con su tema, o un religioso de minoría. Acá estigmatizar es fácil,
por lo que hay que tener mucha precaución para no ser injusto.
Para
enfrentar la desilusión por el trabajo parte de las reformas del bacheletismo
se han promovido con el discurso de la “integración social”. Eso, sin embargo,
no quiere decir que sean buenas ideas. Y no son bien vistas por estos grupos
que protestan tan agresivamente. Romper con el círculo de la violencia implica
intervenir en los núcleos familiares, en vez de separar a la familia con más
preocupaciones o entretenciones, financiadas con “garantías estatales”.
Cada
uno tiene una historia y sabe Dios bajo qué circunstancias cometeríamos
delitos. ¿Se ha preguntado si lo que hace hoy como normal es un delito o algo
contraproducente? Fornicar, comer de más, endeudarse en exceso, golpear a sus
hijos, o andar en auto irresponsablemente, sin que se conozca, son problemas. A
lo mejor la represión cuando es temprano en la vida es más productiva que la
policial, a posteriori. A lo mejor usted prefirió gozar que medirse y ahora ya
algunos no se miden con usted.
A
lo mejor la sociedad no se protegió de si misma.
Cuidado con las banderas falsas, igual.