Se
ha dicho y escrito mucho sobre Felipe Camiroaga, a propósito de su trágica
muerte, en 2011. Tanta gente lamentando su fallecimiento da cuenta de su
popularidad y relevancia en el concierto televisivo chileno. De hecho, escuché
que Felipe no quiso en su momento irse a Estados Unidos a probar suerte como
animador o actor para no perder la posición de privilegio que tenía en Chile,
dada su fama.
Como
todo personaje mediático, Felipe Camiroaga no fue conocido en lo profundo por
su audiencia, pero era percibido como cercano por esta. Los medios conforman un
mundo en si mismo, una burbuja envuelta por el dinero que vive su propia
existencia, lejos del mundo, pero tan cerca de él. La simpatía que generaba
Camiroaga era, en el fondo, el efecto irradiador de un mundo diseñado para
impactar, en el que Felipe sobrevivía a punta de ser el disparador más fuerte,
la pistola más eficiente.
Cuando
las señoras fanáticas veían por TV a Camiroaga buscaban un ideal masculino y
una compañía en las frías mañanas del arrabal. Luego volvían a su realidad detallista
de virtudes y errores de sus compañeros varones. Parte de Felipe lucraba con
eso. Todo era un negocio.
Como
terminó Felipe fue una ironía, lejos del mundo que lo hizo conocido. Solo sus
cercanos saben a ciencia cierta de él. Todo por destino y por lección.
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