Yo estoy lejos de ser un fiestero.
Sin embargo, estos últimos días tuve que frecuentar las calles Pio Nono,
Loreto, Purísima, López de Bello, etc. Es decir, buena parte de la bohemia
céntrica de esta ahumadísima capital. Y llegué a la conclusión de que no lo
volvería a hacer.
De vez en cuando a uno le toca
pasar por barrios complicados, o quizás que están bajo una situación de
convulsión. La verdad es que el barrio Bellavista parece cada día despertar de
una resaca, pues ni siquiera al mediodía recupera los colores limpios de sus
vetustos edificios. La Facultad de Derecho de la U. de Chile, tamaño monumento
a la imagen inquebrantable del sistema político, es justamente la imagen que
pide a la gente contener su respiración para lo que viene, porque ni el río Mapocho
ni la feria artesanal que tiene enfrente logran prevenir al novel visitante de
los aromas extravagantes del lugar.
Lo cierto es que a continuación
del estacionamiento clausurado de la U. San Sebastián, estratégicamente
emplazados, se dibujan entradas lúgubres, intermedios hediondos, hordas de
universitarios etarios, personajes quizás matriculados en alguna institución de
rara calaña, y pocos extranjeros, quienes caminan rápido, ya conscientes de que
el atractivo turístico de las faldas del cerro no es lo que dicen.
En sus calles aparecen
restaurantes que no revelan su contenido. Solo su estratégica ubicación da
cuenta de que quieren recibir visitas. Pero no se ven. Ni siquiera las personas
que circulan por trabajo parecen llevar rumbo claro, como si tuvieran vergüenza
de que se conozca su paradero, o lo que es igual, las transgresiones a la
higiene que soportan para almorzar o adquirir algo para comer.
Si en algo se parece el barrio
Bellavista al centro de cualquier urbe es en lo rápido que anda todo. En ese
barrio nadie para, nadie se arriesga a soportar un repentino mal olor o una
cara mellada por la tierra de los arrabales. Nadie busca atractivos. Lo único
detenido es la atolondrada mirada del comensal bebido, unisex actividad, y la
humanidad exacerbada del garzón o cocinero que atiende los antros declarados o
los restaurantes que, aún pudorosos, parecen confiar en la recuperación de un
barrio histórico.
Alguna vez oí a ciertas personas
proponer “ir al Bella” a compartir y consumir alcoholes. La verdad es que ahora
entiendo buena parte de lo grotesco que me parecía semejante llamado. Era la
convocatoria a un lugar oscuro, velado, pero también reducto explícito de
excesos sin valor. Allá la amistad es una excusa para divagar y morir.
Bellavista es el taponado baño
del centro de Santiago.