miércoles, 29 de enero de 2014

El otro Chile...


Los políticos han coincidido en que dado el fallo de la Corte Internacional de Justicia en el caso de Perú contra Chile, haber perdido parte de la zona económica exclusiva es “un mal menor” y tiene impacto casi nulo. En el fondo, según comprendo, quieren hacernos pensar que ese mar tenía importancia mínima y que era prescindible.

Más allá de discutir lo que ocurre sobre el mar chileno y sus adyacencias me surge otra pregunta: para nuestros políticos ¿cuáles otros asuntos o bienes tienen importancia mínima y son prescindibles?


Sería bueno conocer su juicio respecto a qué espacios del país son menos relevantes para comprender si estamos delegando la soberanía democrática, porque la Soberanía es de Dios, en seres racionales y mínimamente conscientes.

jueves, 9 de enero de 2014

Hace 12 y 13 años...


El 2001 y 2002 recibí los resultados de la PAA que di para entrar a la universidad. Me dio por pedir los datos al Demre. Si le interesa, haga clic en la foto.

Ha pasado tiempo...

martes, 7 de enero de 2014

Experiencia en barrio Bellavista


Yo estoy lejos de ser un fiestero. Sin embargo, estos últimos días tuve que frecuentar las calles Pio Nono, Loreto, Purísima, López de Bello, etc. Es decir, buena parte de la bohemia céntrica de esta ahumadísima capital. Y llegué a la conclusión de que no lo volvería a hacer.

De vez en cuando a uno le toca pasar por barrios complicados, o quizás que están bajo una situación de convulsión. La verdad es que el barrio Bellavista parece cada día despertar de una resaca, pues ni siquiera al mediodía recupera los colores limpios de sus vetustos edificios. La Facultad de Derecho de la U. de Chile, tamaño monumento a la imagen inquebrantable del sistema político, es justamente la imagen que pide a la gente contener su respiración para lo que viene, porque ni el río Mapocho ni la feria artesanal que tiene enfrente logran prevenir al novel visitante de los aromas extravagantes del lugar.

Lo cierto es que a continuación del estacionamiento clausurado de la U. San Sebastián, estratégicamente emplazados, se dibujan entradas lúgubres, intermedios hediondos, hordas de universitarios etarios, personajes quizás matriculados en alguna institución de rara calaña, y pocos extranjeros, quienes caminan rápido, ya conscientes de que el atractivo turístico de las faldas del cerro no es lo que dicen.

En sus calles aparecen restaurantes que no revelan su contenido. Solo su estratégica ubicación da cuenta de que quieren recibir visitas. Pero no se ven. Ni siquiera las personas que circulan por trabajo parecen llevar rumbo claro, como si tuvieran vergüenza de que se conozca su paradero, o lo que es igual, las transgresiones a la higiene que soportan para almorzar o adquirir algo para comer.

Si en algo se parece el barrio Bellavista al centro de cualquier urbe es en lo rápido que anda todo. En ese barrio nadie para, nadie se arriesga a soportar un repentino mal olor o una cara mellada por la tierra de los arrabales. Nadie busca atractivos. Lo único detenido es la atolondrada mirada del comensal bebido, unisex actividad, y la humanidad exacerbada del garzón o cocinero que atiende los antros declarados o los restaurantes que, aún pudorosos, parecen confiar en la recuperación de un barrio histórico.

Alguna vez oí a ciertas personas proponer “ir al Bella” a compartir y consumir alcoholes. La verdad es que ahora entiendo buena parte de lo grotesco que me parecía semejante llamado. Era la convocatoria a un lugar oscuro, velado, pero también reducto explícito de excesos sin valor. Allá la amistad es una excusa para divagar y morir.


Bellavista es el taponado baño del centro de Santiago.