jueves, 31 de enero de 2013

De cumbres y reuniones


Como escuchamos por ahí, hace pocos días fue la Cumbre de la CELAC en la ciudad de Santiago. Vinieron muchas delegaciones y varios Presidentes. Eso produjo que recordara las reuniones que cada uno hemos tenido, ya sean de trabajo, estudio, socialización amena, etcétera. Cada una de ellas tuvo particularidades que las hacen ser más importantes o sólo de rutina.

Hay varias situaciones que hacen de una reunión algo significativo: cuanto tiempo toma, quienes asisten, los problemas a tratar, la comida y el espacio disponible. La reunión más típica nunca resuelve demasiados temas, porque nadie prefiere reuniones largas, con mucha gente, con demasiados conflictos, con poca comida y en espacios reducidos. Eso pasa porque no hay líderes legitimados. Por ejemplo, una vez me tocó asistir a una reunión en la que al mismo tiempo que una persona exponía los demás tomaban sopa. Obviamente, los contenidos en ese contexto caen dentro de la total irrelevancia. También me acordé que cuando hacíamos trabajos de la Universidad no pocas veces el 80% del tiempo era para solamente bromas y buena onda. La Cumbre de la CELAC, entonces, es una instancia para cultivar la memoria, no para trabajar. Es, por lo tanto, una reunión meramente social.

Los que organizan reuniones con cierto nivel tienen claro que si la gente común ve mucha comida la comerá como si no tuviera en su casa. También saben del calor humano que se puede difuminar por una sala reducida. Y, si hay gritos, mejor evitar los platos o los vasos con líquido. Pero esas reuniones son contadas y la mayoría se dan con varias precariedades. Por eso, si lo reciben para una reunión de trabajo con muchos aspavientos, dude. Y usted verá lo precario que quiere hacer sus cosas, porque es diferente esforzarse a que lo hagan tarado. Lo interesante es que nada es ideal, ni como lo pintan quienes lo ven por arriba.

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